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“Una tapita de cine” en Tanger y Tetuán
Entrar en la sala de cine de L’Institut français de Tetuán es un flashback en tiempo real. Aquellos que nacieron después del 80 rara vez habrán visto esos asientos azul verdosos, consumidos, rara vez habrán olido a moqueta gris y humedad. Pero allí se puede.

Después de la presentación en la que se habla sobre Curt Ficcions, Carlos Violadé (director) y Julio Vergne (productor) dan pistas y recomendaciones para ver Todos los días amanece. Entonces te sientas en primera fila, preparado para la acción. Te giras cuando sabes que hay un gag, que hay un crack en la historia, para ver la cara de los espectadores, ligeramente iluminada por la pantalla: se ríen con la pillería de As de corazones; se estremecen con el poema y la historia de Paseo; simpatizan con los protagonistas de Padam...; se enternecen con La Quela; entran en las sábanas de Todos los días amanece (incluso la piel se les enfría y se les engarrotan los músculos con el aire directo del ventilador); se asombran con las texturas animadas de El misterio del pez y se dividen catárquicamente con, evidentemente, Catharsis. Al final de la proyección muchos acuden a nosotros, abrumados por lo que acaban de ver, nos felicitan y nos preguntan cómo pueden acceder a los cortometrajes. Hablan con Carlos Violadé y Julio Vergne sobre el cortometraje, los jóvenes marroquíes con inquietudes artísticas y cinéfilas son los más entusiasmados, quieren seguir en contacto con nosotros, enseñarnos sus trabajos, a lo que accedemos con gusto. Al finalizar, Luis Moratinos y Josefina Matas, del Instituto Cervantes de Tetuán, nos conducen hasta La Casa de España, donde un encorvado camarero nos susurra el pecado de no pedir la tarta de limón. Hablamos de proyectos culturales y de expansión, planeamos una difusión internacional lo más amplia posible (a escala 1:100) de los cortometrajes. Finalizamos la noche entre arcos ornamentados, espejos dorados, cortinas aterciopeladas y camas bordadas y duras.

Un día después, en Tánger, se repite la historia. Embriagados con almizcle recién comprado y el té de menta recién tomado entre músicos locales que improvisan, entramos en el Cinéma Rif, reducto de historia viva historia del cine. Los dos Simones (le gran et le petit) me acogen cálidamente y un vetusto señor tangerino monta los cortometrajes a la perfección. Una vez en la sala, puedes elegir para sentarte entre un clásico asiento de sala de cine o en el suelo. La sala se llena. Hay incluso gente sentada en las escaleras.

A la salida, la poetisa Verónica Aranda, que lleva parte de la gestión cultural en el Instituto Cervantes de Tánger, nos lleva a un restaurante árabe, de excelente cuscús y simpáticos músicos. Allí aflora la poesía de Verónica y Carlos, nos buscamos heterónimos y recitan poemas (a veces, incluso, mirándote a los ojos) de sus antologías: Poeta en India, Tatuaje y Alfama (Aranda) y Montañas de mar (Violadé). Nos entusiasma la noche de pies fríos y no la abandonamos hasta bien entradas las 3 am. Somos conscientes de que al día siguiente hay que comprar las últimas babuchas, hacer los últimos regates a los disparatados vendedores y tomar carcomidos taxis sin cinturones, airbuses y ferrys.

Y entonces dormimos, dormimos como dicen que duermen aquellos que han visto y vivido mucho cine.



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